Roberto Rosler: "Tenemos un cerebro del paleolítico"
Fuente: Diario LA NACIÓN – Entrevista: Mori Ponsowy
Convencido
de que la complejidad de lo humano no podía explicarse sólo por la
interacción de neuronas y moléculas, el neurocirujano Roberto Rosler
encontró respuestas en la neurobiología de la afectividad, un área de
estudio relativamente nueva, que analiza los circuitos del sistema
nervioso para explicar emociones como la agresividad, la tristeza y el
miedo. "Las neurociencias de la afectividad muestran que Freud tenía
razón y que el inconsciente de verdad existe", afirma.
Roberto
Rosler trabajó muchos años como neurocirujano "duro" antes de
interesarse por el novedoso campo de las relaciones entre el sistema
nervioso y los afectos. En esa primera etapa de su carrera introdujo
innovaciones en procedimientos quirúrgicos que lo llevaron a recibir
reconocimientos como el Premio Neurocirugía (otorgado por la Sociedad
Argentina de Neurociencias), el Premio Raúl Carrea (de la Asociación
Argentina de Neurocirugía), el Premio Julio Monereo en Oncología
Pediátrica y el Premio otorgado por la Sociedad Argentina de Terapia
Intensiva.
Sin embargo, con el paso de los años, Rosler
empezó a preguntarse si todos los males de sus pacientes podían
explicarse a partir de la interacción entre neuronas y moléculas. "La
neurofisiología que se enseña en la Facultad de Medicina es ortodoxa,
sigue la separación entre el alma y el cuerpo iniciada por Descartes",
afirma Rosler. "Como los afectos no se pueden medir, muchas veces los
médicos desatendemos ese campo. A veces un paciente dice que se siente
mal, pero si todos sus análisis de laboratorio arrojan resultados
normales, nosotros le decimos que está bien."
Sospechando
que quizá había una manera de tender un puente entre lo que Descartes
había separado, Rosler inició sus primeras lecturas en torno a la
neurobiología de la afectividad, un área de estudio relativamente nueva,
que "analiza los circuitos del sistema nervioso que ayudan a explicar
emociones como la agresividad, la tristeza y el miedo".
Empezó
entonces a considerar muchos padecimientos desde una nueva óptica.
"Vivimos en la modernidad, pero nuestro cerebro sigue siendo del
paleolítico", afirma. "Algunos síntomas que consideramos patológicos, en
realidad no son más que reacciones sanas."
Actualmente,
Roberto Rosler trabaja como neurocirujano en el Hospital Británico y
como docente en la Facultad de Medicina de la UBA y en la Maestría en
Neuropsicología del Hospital Italiano. Su doble interés, por la
fisiología del sistema nervioso y por la neurobiología afectiva, se ve
reflejado en su producción escrita más reciente: por el lado más árido
de la fisiología, es autor del libro Del síntoma al diagnóstico
neurológico para estudiantes de medicina y, por el lado más
"humanístico" de la psicología, es autor de trabajos como Un viaje
neurobiológico al interior del lenguaje ,Tratamiento neuroquirúrgico de
la neurosis obsesivo compulsiva , y Bases neurobiológicas del
psicoanálisis.
-¿Las neurociencias están reñidas con el psicoanálisis?
-No,
de ninguna manera. Las neurociencias de la afectividad muestran que
Freud tenía razón y que el inconsciente de verdad existe.
-¿A qué se refiere cuando afirma que el inconsciente existe? ¿Han encontrado el lugar donde se aloja en el cerebro?
-Topografiar
el inconsciente es complicado, pero existen trabajos que demuestran su
existencia. Hay una enfermedad que se llama negligencia, en la cual el
paciente tiene una parálisis de un lado del cuerpo, pero aun así niega
que está paralizado. Lo mismo ocurre con ciertos casos de ceguera en los
que el paciente niega rotundamente su condición. Conscientemente, ambos
pacientes creen que lo que dicen es verdad, pero en trabajos realizados
por equipos multidisciplinarios se ha demostrado que el inconsciente de
estos pacientes conoce su verdadera condición. Hay otro trabajo en el
que a un paciente ciego se le muestran distintas caras, unas sonrientes y
otras tristes. Es asombroso, pero ellos saben con exactitud cuándo se
trata de una u otra. Además de nuestra visión consciente, tenemos una
visión inconsciente, en paralelo, que también procesa información.
-Como si el nervio óptico llegara hasta el inconsciente...
-El
nervio óptico tiene una terminal en la corteza moderna del cerebro, que
es la parte consciente, pero tiene otra terminal en el complejo
amigdalino, que es la corteza reptiliana, la que nos queda de una etapa
evolutiva anterior. Esa vía procesa, sobre todo, gestos emocionales.
Cuando una persona no nos cae bien, y no sabemos por qué, muchas veces
lo que sucede es que hemos percibido algo de un modo no consciente.
-Todo esto parece decir que la psicología y la neurología tienen un área de estudio en común.
-Siempre
ha habido el temor de que las neurociencias se abalanzaran sobre la
psicología, pero para poder avanzar en el conocimiento se necesita que
neurocientíficos, psicólogos y filósofos trabajen juntos.
-¿Las neurociencias de la afectividad pueden explicar todos los aspectos de nuestras emociones?
-No.
Nuestros afectos son un cóctel, una mezcla de lo biológico con factores
psicológicos, históricos y sociales. Uno viene con un programa
genético, con un perfil afectivo que marca ciertas tendencias, pero ese
programa está abierto a los estímulos que recibimos. La neurobiología de
la afectividad muestra que muchas emociones que a veces consideramos
patológicas, en el fondo, son normales. Sucede con el miedo y la
tristeza. Hoy en día, a muchas personas que dicen que están tristes las
diagnostican como deprimidas y les dan antidepresivos. En esta sociedad
estar triste es estar enfermo, pero en la mayoría de los casos es normal
ponerse triste. Está realmente enfermo quien nunca se pone triste.
-¿Y el miedo?
-Tener
miedo es normal. Pasa como con la tristeza: si tenemos el circuito del
miedo en nuestro sistema nervioso es porque a lo largo de milenios, al
protegernos de daños corporales, eso aumentó nuestra posibilidad de
supervivencia. Sorprendentemente, en el DSM-IV, el catálogo comúnmente
aceptado de todas las enfermedades psiquiátricas, se describen muchas
enfermedades entre cuyos síntomas está el miedo, ¡pero no se habla de
ninguna enfermedad por no tener miedo! El miedo a las alturas, por
ejemplo, y hasta el estrés, en realidad son mecanismos sanos de
supervivencia.
-¿Está diciendo que el estrés es síntoma de buena salud?
-Los
medios dicen que el estrés nos está matando y los libros de fisiología
dicen que el estrés aumenta la supervivencia del hombre. Ambos tienen
razón. Nuestro cerebro está brillantemente adaptado al paleolítico, una
época en la que no había contadores, índices de inflación, políticos, ni
suegras. El estrés era provocado por algún felino que nos quería
devorar. Al cabo de unos minutos, el felino nos comía o nos subíamos a
un árbol, y todo terminaba. Vivimos de esa manera durante un millón
trescientos noventa y tres mil años. Hace sólo siete mil años que nos
transformamos en sedentarios, pero fue sólo después de la II Guerra
Mundial cuando nuestras sociedades se trastornaron a una velocidad nunca
observada.
-¿Podría dar ejemplos de esas respuestas sanas que hoy se convierten en patológicas?
-Hoy
se diagnostica a muchos chicos con síndrome de atención disminuida,
pero ¿acaso es normal que un niño de cinco años tenga que quedarse ocho
horas sentado prestando atención a la maestra? Neurobiológicamente,
nuestro sistema nervioso central termina de madurar recién a los doce o
trece años. Otras enfermedades, como el colon irritable, muchas veces
ocurren porque vivimos constantemente estresados. En la década del 70,
la mayoría de los infartados tenía más de 60 años; ahora no es raro ver a
infartados de 30.
-¿Qué otras características de las sociedades contemporáneas representan un reto para ese cerebro paleolítico?
-La
rapidez de los cambios. La incertidumbre constante. Antes uno empezaba a
trabajar en un lugar y sabía que se jubilaría ahí. Ahora nunca se sabe
dónde va a terminar. Hay un trabajo que se hizo con una chimpancé
embarazada que a mí me parece que refleja el modelo del argentino. La
chimpancé no sabía cuándo iba a comer, un día comía a mediodía, otro en
cuanto se despertaba, otro recién a la caída del sol. La incertidumbre
generaba un inmenso nivel de estrés. Pero no sólo eso: la cría de esa
madre tuvo por el resto de su vida una respuesta al estrés diez veces
superior a la de otras crías. Eso demuestra que el estrés impacta
también en nuestra descendencia. La buena noticia es que también se
demostró que la respuesta al estrés podía disminuir si la cría era
cuidada por una madre tranquila, protectora y cariñosa.
-¿Qué tienen para decir las neurociencias acerca de la diferencia entre mujeres y hombres?
-La
neurociencia de la afectividad es un argumento poderosísimo contra el
machismo. El cerebro femenino es mucho más inteligente que el masculino y
tiene muchas ventajas desde el punto de vista cognitivo. Las mujeres
pueden procesar el lenguaje con ambos hemisferios cerebrales. Además,
tienen conexiones más fuertes entre ambos hemisferios lo cual hace que
el paso de la información de uno a otro sea más rápido y eficaz. Por
otra parte, la mujer siempre ha tenido funciones más importantes que el
hombre en la reproducción y en el aporte alimentario. Muchos científicos
se preguntan por qué prosperó la reproducción sexuada, si en el fondo
representamos un doble costo para ustedes.
-Si lo que dice es cierto, ¿por qué por lo general son los hombres los que detentan el poder?
-Porque
somos más fuertes muscularmente, no porque seamos más inteligentes. Y
por miedo. Uno siempre tiene miedo a quien es más inteligente. En el
sistema nervioso, el circuito de miedo potencia el de la agresividad, y
el de la agresividad potencia el del miedo. Siempre le digo a mis
residentes que si se encuentran con una persona inexplicablemente
agresiva con ellos es señal de que esa persona les tiene miedo. Si los
hombres no tuviéramos miedo de las mujeres no tendríamos que ser
machistas y les daríamos igualdad de oportunidades.
-¿Todas estas cosas que aprendió cambiaron en algo su manera de estar en el mundo?
-Sí.
Especialmente con respecto a la Argentina. Hay que comprender que
cuando una persona está en un estado de pobreza grande, cuando desde la
infancia no ha tenido ninguna educación, cuando ha sido abusada y
maltratada, la agresividad es una respuesta ineludible. La represión y
la cárcel no son la solución. Estoy convencido de que lo único que se
puede hacer para disminuir la agresividad es disminuir la pobreza y
aumentar la educación.
-¿Hacia dónde cree que va la especie?
-Soy
muy pesimista. Hay dos grandes tipos de organismos vivos: los
especialistas y los generalistas. La cucaracha y el ratón son
generalistas, porque pueden vivir en cualquier parte y bajo un abanico
inmenso de condiciones. Nosotros, en cambio, somos especialistas. Eso
significa que si hay un cambio brutal en el medio ambiente, lo más
probable es que no sobrevivamos. El problema es que con nuestra cultura
nos hicimos generalistas: podemos volar, hacer submarinismo, vivir en
los polos y en los desiertos. Todo eso ha hecho que nos creamos
invencibles. Confiamos tanto en nuestra cultura que creemos que somos
generalistas, pero si nuestro medio ambiente cambia nos va a pasar como a
los dinosaurios.
Fuente: Diario LA NACIÓN – Entrevista: Mori Ponsowy
El perfil
Distinciones científicas
Sus
innovaciones en el campo de la neurocirugía le valieron varias
distinciones, como las otorgadas por la Sociedad Argentina de
Neurociencias, la Asociación Argentina de Neurocirugía o la Sociedad
Argentina de Terapia Intensiva.
Neurobiología afectiva
Docente
de la UBA y de la maestría de Neuropsicología del Hospital Italiano, su
interés por la neurobiología afectiva ha quedado evidenciado en varios
de sus trabajos. "Un viaje neurobiológico al interior del lenguaje" y
"Bases neurobiológicas del psicoanálisis" son dos de ellos.